
El factor de potencia (FP) mide la eficiencia con la que una instalación utiliza la energía eléctrica. En términos simples, expresa la proporción entre la energía activa (la que realmente se convierte en trabajo útil) y la energía aparente (la total suministrada por la red). Su valor ideal es 1. En la práctica, los valores bajos (por debajo de 0,95) implican la presencia de energía reactiva, que no produce trabajo útil, pero sí genera pérdidas y puede estar penalizada por la distribuidora.
¿Qué implica un mal factor de potencia?
- Penalizaciones en la factura por exceso de energía reactiva.
- Aumento de las pérdidas en cables, transformadores y equipos.
- Reducción de la capacidad útil del sistema eléctrico.
- Sobrecalentamiento y envejecimiento prematuro de componentes.
¿Qué lo causa?
Motores, transformadores, iluminación fluorescente y equipos electrónicos que introducen desfases entre tensión y corriente.
¿Cómo corregirlo?
Instalando baterías de condensadores adecuadas al perfil de carga. Su retorno de inversión suele ser inferior a 2 años, especialmente en industrias o locales comerciales con alta carga inductiva.
Mejorar el factor de potencia no solo evita penalizaciones, también reduce las pérdidas internas y mejora la calidad de la energía, haciendo más eficiente la instalación.